Era domingo. 26 de agosto. Con la caída de la noche, en torno a las nueve y media, varias familias tomaban el fresco en la puerta de sus casas. Otras se disponían a montarse en coches para ir a cenar a un pueblo vecino en fiestas. Aquel día había mucha vida en la calle Carrera, la principal de Puerto Hurraco, una vía en cuesta que divide el pueblo en dos esparciendo un puñado de viviendas a ambos lados.
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